Los niños ven el mundo a través de la lente más pura, sin verse afectados por las divisiones de color de piel, religión o linaje. Sus corazones sólo saben una cosa: amar.
A sus ojos inocentes, todos merecen amabilidad y amistad. Aceptan cada momento con mentes y corazones abiertos, encontrando alegría en las interacciones más simples. Su capacidad de amar es ilimitada, cruza todas las fronteras y disuelve cualquier diferencia.
Los niños nos enseñan la verdadera esencia de la humanidad. Nos recuerdan que, en esencia, todos somos iguales, unidos por nuestra capacidad de amar y ser amados. Su aceptación de los demás, independientemente de sus antecedentes o creencias, es un testimonio del poder unificador del amor.
Mientras los vemos jugar y conectarse con otros, vemos un mundo donde prevalecen la comprensión y la compasión. Sus amistades se basan en la risa compartida y el respeto mutuo, un hermoso reflejo de lo que podría ser nuestro mundo.
Aprendamos de los corazones puros de nuestros hijos. Esforcémonos por ver el mundo como ellos lo ven, libres de prejuicios y llenos de amor. Al hacerlo, podemos crear un mundo más inclusivo y armonioso, donde todos sean valorados por quienes son.
Queridos hijos, por mostrarnos el camino. Tu amor es un faro de esperanza que nos guía hacia un futuro en el que abrazamos nuestra humanidad compartida y celebramos nuestras diferencias.